lunes, 16 de agosto de 2010

La Maldición del talento


El fracaso escolar de los superdotados:


Es un hecho, desconcertante pero cada vez más difundido: casi la mitad de los superdotados no terminan los estudios obligatorios, y cerca de dos tercios obtienen un bajo rendimiento escolar. Son datos del Centro de Investigación y Documentación Educativa del MEC, corroborados por multitud de estudios y reproducidos en la práctica totalidad de las publicaciones sobre el tema, tanto en España como en el resto de los países occidentales.

Comencemos por concretar, pues la terminología en ocasiones puede crear cierta confusión. Hasta ahora era común denominar superdotados a los estudiantes que obtenían una puntuación superior a 130 en los test de medida de la inteligencia. Este Cociente Intelectual se obtiene dividiendo la llamada edad mental del niño, medida por el test, por la edad cronológica, y multiplicando el resultado por cien. Pero en la actualidad se esta afinando cada vez más, tanto en la precisión e interpretación de los diversos test (WISC, WAIS, SCAT), como en la misma comprensión de la superdotación, que ya no se asocia simplemente a unas capacidades superiores a las presumiblemente normales, sino también a la creatividad, o el alto grado de dedicación y concentración en sus intereses. Además, tras los estudios de Gardner
(1) y otros, cada vez diferenciamos mejor los diversos tipos de inteligencias, y por consiguiente conocemos como una persona puede estar muy dotada en alguna de ellas, pero no necesariamente en todas. La inteligencia lingüística, que por ejemplo distingue a los poetas; la lógico-matemática, que caracteriza a los científicos; la espacial, de los marinos o los ingenieros; la musical; la corporal y cinética en la que se apoyan los atletas, los cirujanos o los bailarines; la interpersonal, de los maestros o los vendedores, y la inteligencia intrapersonal, mediante la que nos conocemos y nos desenvolvemos en la vida.

Últimamente, en las publicaciones no académicas, se evita el mismo término superdotado, que apunta a connotaciones elitistas para el pensamiento políticamente correcto, y se sustituye por niños de alta capacidad, o de alto rendimiento. Lógicamente en los tiempos que corren, con la igualdad como valor predominante, el reconocimiento de la excelencia, o la simple noción de aceptar a cada uno según sus capacidades, no tiene fácil aprobación. (Por no referirnos a otra cuestión, quizás más banal, pero no por ello menos decisiva: resulta muy fácil despreciar al que destaca con un simple “ese superdotado de mierda”, pero ya es más complejo referirse a él como “ese repugnante compañero de altas capacidades”. ¡Cuántos superdotados pueden contar cientos de anécdotas de este estilo, derivadas de su legendaria falta de habilidades sociales!)

Y es que la vida escolar de los superdotados no siempre es fácil. La primera reacción de los padres, cuando el especialista les comunica que su hijo es superdotado, es muy compleja: mezcla de orgullo, ilusión por grandes metas, y a la vez cierta mala conciencia, como si reconocer el talento superior a la media de su hijo supusiese vanagloria o envanecimiento, y, como no, el temor a exponer a su hijo a la curiosidad pública, y al más que probable rechazo motivado por la envidia o el resentimiento. Todo muy confuso, poco elaborado, pero ciertamente preocupante. Y así, en bastantes ocasiones, los padres se guardan la información, y siguen tratando a su hijo como si fuese normal. Un chico listo, un poco vago, pero que suple bien su falta de esfuerzo con su gran agilidad mental y extraordinaria memoria.

Pero ese no es el camino. Estamos muy acostumbrados a que los chicos se agrupen en los centros escolares según su edad, y esto es así porque cuando se instauró la educación obligatoria, el sexo y la edad eran lógicamente los factores más evidentes y sencillos que permitían agrupar a los alumnos en las distintas clases. Javier Tourón, responsable del CTY España (Centro para Jóvenes con Talento, en correspondencia con la Universidad Johns Hopkins de Baltimore)
(2), pone a menudo el siguiente ejemplo: ¿entraría usted con su hijo a una zapatería, y les pediría unas botas para un niño de nueve años? ¿No sería preferible mirar antes que número calza? Sin embargo, le lleva al colegio y le incorpora a la clase de tercero, en lugar de analizar antes cuales son sus capacidades y sus intereses.

Otra paradoja: el superdotado no es el más listo de la clase, ni siquiera el más inteligente. Y por supuesto, no es un genio (aunque sí es posible afirmar que todos los genios son superdotados). Simplemente es un alumno que tiene un ritmo de aprendizaje, un abanico de intereses y un modo de relacionarse con el entorno distinto al percentil medio. Y por ello, su capacidad y su forma de asimilar, procesar y utilizar la información y el conocimiento son distintas.

Se calcula que aproximadamente el 2% de la población escolar es superdotada, pero de ellos sólo uno de cada cien es diagnosticado adecuadamente. El doctor Javier Berché, que ha tratado a más de dos mil superdotados desde hace 25 años,
(3) explica cómo las identificaciones suelen hacerse a alumnos entre 12 y 16 años, la mayor parte varones. El motivo lo achaca a que es en este momento cuando estalla la problemática, la pendiente hacia el fracaso escolar, la angustia de los padres; el retrato robot es chico varón, con suspensos en primeros cursos de la enseñaza secundaria, cuyos padres siempre han considerado que se trata de un niño muy inteligente, pero que nunca se ha puesto a estudiar en condiciones. Se acude al especialista porque existe un problema. Curiosamente, no es así en el caso de las chicas: obtienen mejores resultados, pasan horas estudiando, y en líneas generales tienen una madurez que les hace integrarse con facilidad; es por ello por lo que se identifica sólo una chica superdotada por cada dos varones: obviamente tienen más cintura, y se adaptan al entorno con mayor facilidad y mucha menor conflictividad. Es en cambio relativamente frecuente que un chico superdotado decida suspender una o dos asignaturas… para no destacar.

Las primeras identificaciones de superdotación suelen hacerlas, más o menos conscientemente, los padres. Son niños que desde muy temprano manejan un vocabulario complejo, muestran una afán desmedido por saber, leen muy pronto, aprenden con la mínima instrucción y son extremadamente sensibles, perfeccionistas que se incomodan desproporcionadamente antes los errores propios o ajenos. Además suelen ser distraídos, muy afectivos, con baja autoestima y un exagerado sentido de la justicia, que les lleva a ser muy críticos, consigo mismo y con los demás.

Con terminología más técnica, el profesor Tourón
(4) resume las últimas conclusiones de la literatura científica en varias características cognitivas y afectivas. Las primeras son la habilidad para manipular sistemas de símbolos abstractos, gran poder de concentración, memoria muy bien desarrollada e inusual, desarrollo del lenguaje muy temprano, gran curiosidad, preferencia por el trabajo independiente, intereses múltiples y habilidad para generar ideas originales. Entre las afectivas destaca el sentido de la justicia, el altruismo e idealismo, el sentido del humor, la intensidad emocional, la preocupación temprana por la muerte, el perfeccionismo, grandes dosis de energía tanto en el juego como en el trabajo, la sensibilidad estética y los fuertes compromisos y apegos hacia uno o dos amigos, mayores que ellos e incluso adultos. Son particularidades que no todo los niños superdotados tienen porque presentar todas y cada una, y que pueden aparecer en una etapa temprana del desarrollo o posteriormente, pero que tienden a agruparse, presentando un perfil determinado en cada alumno, y que en muchas ocasiones sólo se dan a conocer cuando los superdotados se centran en uno de sus intereses o aptitudes

Con este bagaje, lógicamente deberían ser capaces de adaptarse a su entorno, sacar lo mejor de cada situación, y salir adelante con facilidad. ¿Por qué entonces esos espectaculares ratios de fracaso escolar o bajo rendimiento, muy por encima de la media del alumnado? La secuencia, en muchos casos, es la siguiente: hasta los nueve o diez años, sin problemas, pero con muy escasos hábitos de trabajo escolar, puesto que pueden realizar buenas tareas en muy poco tiempo. Posteriormente aparecen la pereza, la apatía, y las falta de técnicas de estudio adecuadas. Y las tensiones: los deberes sin hacer, con constantes excusas, desinterés generalizado por los temas académicos, y descripción cada vez más insistente del colegio como aburrido o sin sentido. Los maestros no tienen tiempo, ni formación adecuada, para atenderle personalizadamente, y el pequeño superdotado comienza a bostezar y aburrirse en las clases, cuando los trabajos que sus compañeros realizan afanosamente él ya los ha terminado; se pierde en la nubes, incordia y distrae a sus compañeros… Conflictos, bajo rendimiento, suspensos, sensación de que el colegio no es el adecuado.

Los padres toman medidas: un horario de estudio muy concreto, y a cumplirlo a rajatabla, para ir incorporando hábitos de trabajo. Pero la situación se enquista, y los resultados no mejoran; entonces los padres intentan motivar a su hijo: tienes que cumplir tu deber, todos lo intentamos; tu futuro depende de que ahora trabajes en serio; tienes muchas capacidades, debes ser responsable de los talentos recibidos, y además,… ¡nos harías tan dichosos! Así que el chico se lo toma en serio, y se pone a estudiar, una, dos horas diarias, una materia que no le interesa en absoluto. Y el gran problema que tiene un superdotado en estos momentos no es que le resulte difícil trabajar, esforzarse en algo que no le interesa, es que no puede. Así de sencillo. No puede esforzarse en nada que no le interese. Y su abanico de intereses se va reduciendo de día en día. No puede. Es como si a cualquiera de nosotros nos pusiesen todos los días dos horas delante de la guía telefónica y nos explicasen que debemos memorizarla, comenzando por la A, hasta la Z. Y que cada quince días nos harán un control. Y además nos motivasen: sé que ahora no lo entiendes, pero es por tu bien, es por tu futuro, es por dar satisfacción a tus padres, es por cumplir con tu deber… ¿alguno de nosotros llegaría hasta Álvarez? No, no llegaríamos, sino que tendríamos bajo rendimiento, tendríamos frustración y aburrimiento, tendríamos fracaso escolar.

En Valladolid, en el Centro Huerta del Rey para superdotados, se llevó a cabo una interesante encuesta entre un grupo de padres de alumnos superdotados
(5) : un tercio había cambiado a su hijo de colegio una vez, y uno de cada cinco lo había hecho dos veces. Los padres, hastiados y sin entender como “su” superdotado, hasta hace poco niño ejemplar, se estrella una y otra vez, cuentan como en el centro educativo les contestan: “no tenemos personal especializado”; “más adelante atenderemos a su hijo con otro enfoque”; “no sabemos como abordarlo”, y también a menudo: “disculpe, señora, pero me parece que su hijo no necesita nada especial, pues hay otros niños en su clase mucho más listos que no dan ningún problema”. Por ello, casi la mitad de los padres confiesa que se ha quemado en el intento, y que, cansados de luchar contra un muro, han acabo por tirar la toalla. ¿Cómo explicar en el colegio, a los profesores, a la burocracia administrativa, a las autoridades académicas, que su hijo superdotado no es por ello automáticamente brillante en el desarrollo de su aprendizaje ni en sus estudios? Javier Berché insiste una y otra vez en que “hay que desmitificar al superdotado como el empollón de la clase, generalmente solitario e introvertido. El niño con una dotación intelectual excepcional puede ser aquel alumno con muy bajo rendimiento académico y deficiencias muy concretas” (6)

Comprender el proceso que lleva al superdotado al aburrimiento y a la frustración, al bajo rendimiento y al fracaso escolar, no es fácil. La primera impresión es simple, extremadamente simple: fallan los hábitos, las virtudes, las técnicas de estudio…Como siempre le resultó todo muy fácil, nunca trabajó, y cuando tuvo que trabajar no sabía, se frustró, y se… Pero no es tan sencillo.

Helene Catroux, psicóloga especializada en dificultades escolares, que participó en la puesta en práctica de una pedagogía personalizada en la escuela La Garanderie, en Lausanne,
(7) describe así el proceso de crisis: “De repente, el vacío. Durante muchos años, los aprendizajes se realizan sin esfuerzo y con mucha rapidez. Entiende, memoriza, encuentra rápidamente los conocimientos en la memoria –éstos incluso adoptan la forma que exigen las obligaciones escolares- y todo sin necesidad de reflexionar. Después, de repente, un día ocurre lo inesperado, lo inédito: en el transcurso de un razonamiento de matemáticas, una disertación de historia, economía o cualquier otra materia, el ritmo de pensamiento se bloquea, los elementos dejan de encadenarse, la memoria parece vacía, y resulta imposible volverse a conectar.” Los profesores se quejan de que no se esfuerza, los padres ven que no prepara en serio los exámenes, y todos son conscientes de que ante la menor dificultad, se bloquea. Y claro, en un alumno identificado como inteligente, como superinteligente, como superdotado, este comportamiento desconcierta. “Sin embargo -añade H. Catroux- quisiera conectar un video durante mis entrevistas para permitir que tanto los docentes como los padres fuesen conscientes del drama y del sufrimiento que experimenta el niño dotado cuando la respuesta no se le ocurre de forma inmediata. Pienso que observarlo suscitaría en ellos… compasión” (8)

¿Que soluciones pueden encontrar los padres de niños superdotados para evitar la aparición de la crisis, o para gestionarla de la mejor manera posible? Algunos autores mantienen que el mejor recurso es ser realistas, profundamente realistas: mi hijo es diferente, primer punto; lo acepto como tal, segundo punto, y pongo los medios que encuentre a mi alcance para tratarlo como lo que es, tercer punto. Marta Eugenia Rodríguez de la Torre lo tiene muy claro: “Es preciso crear colegios especiales y específicos para estos alumnos, como de hecho existen para la comunidad sorda o para los niños ciegos. No se puede caer en la trampa de que de esta manera los niños superdotados no se socializan y se incapacitan para desarrollar una vida normal; un niño superdotado puede y debe asistir a un colegio para superdotados, o a una universidad, y al mismo tiempo practicar deportes y juegos con otros niños; de esta manera será un niño feliz, y eso es lo importante”
(9) . Y Marta Eugenia sabe de lo que habla: con un CI superior a 200, a los catorce años se desplazó desde su León natal a los Estados Unidos, donde estudio Inteligencia Artificial y Humana en Harvard y en el MIT. Ha creado un método propio de aprendizaje, y su propio centro de estudios: Sapientec.

Un colegio especial para superdotados: Estados Unidos, India, Singapur, Israel, Canadá, Suiza…Son opciones muy exclusivas, y lamentablemente un sueño muy lejos del alcance del común de los mortales. La abundante literatura al respecto coincide sin embargo en cuatro medidas que, combinadas entre sí o por separado, permiten al menos prevenir o suavizar las dificultades que el superdotado encuentra con los actuales métodos educativos:

El mentor: una persona de confianza del alumno, que comprende sus necesidades y que le acompaña en sus procesos de aprendizaje, ayudándole a descubrir nuevos campos de interés, a saborear los ya conocidos, y sortear los escollos que el sistema educativo le va proponiendo. Atiende su afán de conocimiento, le ayuda a desenvolverse en un entorno adecuado a su madurez, y al comprender su singularidad, y adaptarse a ella, le impulsa a adquirir hábitos y virtudes que le sostengan en los momentos de crisis. Es una figura muy características del mundo anglosajón (mentorship).

Los programas de enriquecimiento, o programas extra-curriculares, por ejemplo durante el verano, que procuran instrucción avanzada en las materias más interesantes para el alumno. (Hay que tener en cuenta que una asignatura cualquiera de la educación secundaria puede desarrollarse en tres semanas intensivas) Son famosos los cursos del CTY en Baltimore, o los de Madrid del CTY España.

La adaptación curricular, en el propio centro escolar, que procura que el ritmo de los programas educativos se armonice con la capacidad y los conocimientos del alumno superdotado. Puede aplicarse de muchas maneras. Por ejemplo el niño, sin haber sido promovido a un curso superior, pasa parte del día recibiendo clases en una materia con otros mayores, o se le dan introducciones personales reducidas y actividades prácticas específicas, o realiza cursos a distancia con apoyos multimedia, etc. Requiere lógicamente mucha flexibilidad por parte del colegio, muy difícil de encontrar.

Estas dos estrategias permiten ampliar las experiencias de aprendizaje de los alumnos, ofreciéndoles contenidos materiales y recursos que generalmente no se encuentran en el currículo educativo. Tienen sus ventajas, pero Stanley las califica de peligrosas sin la aceleración.

La aceleración es la medida más contundente y eficaz: son alumnos que se saltan uno o más cursos, o que son admitidos en la enseñanza primaria o secundaria a una edad más temprana de lo establecido Pero es también la solución más denostada y temida por las autoridades educativas y la burocracia en general. Es curioso, por ejemplo, que todos los estudios solventes que se han elaborado sobre los diversos tipos de aceleraciones existentes reflejan percepciones muy distintas de las parte involucradas. Así lo resume Javier Tourón: “La aceleración educativa ha sido un tema complejo que ha generado grandes divisiones entre educadores e investigadores desde su primera implantación oficial en la escuela St.Louis de Missouri, en 1.862. Desde entonces hasta la actualidad se han realizado numerosas revisiones empíricas y teóricas relacionadas con esta estrategia. A pesar de que han sido consistentes al afirmar los efectos positivos de la aceleración como estrategia educativa para los alumnos más capaces, la percepción de su eficacia ha sido claramente negativa entre los profesores y los administradores escolares” (10)

Cada familia deberá plantearse como reaccionar, dónde buscar ayuda, y hasta que punto involucrarse en la educación personalizada del niño superdotado. Pero debe ser muy consciente de que si no hace nada, si se limita a esperar y confiar en las propias capacidades del niño, así como en el sentido común de padres y profesores, le espera un camino difícil e incierto, y una más que probable crisis. Una última cita de Marta Eugenia de la Torre, que conoce por experiencia propia el sufrimiento y la frustración, y es demás una reconocida autoridad en el tema: “Es difícil ser consciente de hasta que punto estamos viviendo una problemática que está devastando el potencial educativo de las próximas generaciones, pues pocos niños superdotados sueñan con ver cumplidos sus logros (…) El superdotado tiene necesidades educativas especiales debido a una diferencia fisiológica y, aunque puede relacionarse con niños dotados o infradotados, no puede integrarse con ellos, porque esto significa abocarlos a un fracaso escolar y vital del que pocos consiguen salir”
(11)




Antonio del Cano

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(1) Howard Gardner: Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica. Paidós, Barcelona, 2.005
(2) Tanto Javier Tourón como Javier Berché han trabajado siguiendo al profesor Julian C Stanley, un autentico pionero, recientemente fallecido, que logró hacer realidad la atención a los niños más capaces en los Estados Unidos.
(3) Javier Berché Cruz: Guía para padre de niños superdotados (de supervivencia) Credeyta, Barcelona 2.003
(4) Marta Reyero y Javier Tourón: El desarrollo del talento. La aceleración como estrategia educativa. Netbiblo, Coruña, 2.003, Pág. 138
(5) Alonso, Renzull, Benito: Manual internacional de superdotados, Eos, Madrid, 2.003, Pgs. 227, 230
(6) Javier Berché Cruz La superdotación infantil, del mito a la realidad, Isep, Barcelona, 2.002
(7) L’École La Garanderie es una institución educativa que bajo la dirección de Jean-Daniel Nordmann atiende, con excelentes resultados, a niños superdotados. Su pedagogía se base en los estudios de gestión mental llevados a cabo por Antoine de la Garanderie, que ha centrado sus investigaciones en lo que sucede mentalmente cuando llevamos a cabo actos de atención, reflexión, comprensión y memorización. Sus trabajos describen con gran rigor los procesos mentales que se activan durante estos actos, y permiten a cada estudiante aplicar con gran precisión y eficacia las características más propias de su inteligencia.
(8) Arielle Adda y Helene Catroux: La inteligencia reconciliada. Paidós, Barcelona, 2.005, Pág. 153
(9) Marta Eugenia Rodríguez de la Torre: Stop al fracaso escolar. El cerebro al 100%. Grijablo, Barcelona, 2.003
(10) Marta Reyero y Javier Tourón: obra citada, Pag. 152
(11) María Eugenia de la Torre, obra citada, Pág. 195 y 199

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy positovo, una visión diferente de aquello que se ve hoy en día...
Saludos desde Caracas

Anónimo dijo...

Has descrito perfectamente a mis hijos. Gracias porque ahora comienzo a entenderlos. Alivia